La vida duele y vida tiene efectos secundarios que hieren nuestra alma y enferman nuestro cuerpo.

Son muchas las personas que llegan a las consultas de atención primaria con un dolor. Con esa migraña que no nos deja vivir. Con esa tensión elevada que acelera nuestro corazón. Con esa pena en el alma que abruma, que agota, que nos impide levantarnos por las mañanas.
Nos duele el cuerpo. Y como tal, recibimos esas pastillas para el dolor de la vida. ¿Es lo adecuado? No podemos atribuir toda la culpa a los médicos, es poco el tiempo que tienen para atendernos y es habitual, por ejemplo, volver a casa con un tratamiento poco acertado. Al poco volverá esa acidez de estómago, esos mareos que nos impiden salir de casa y esas taquicardias que se acentúan cuando volvemos al trabajo.
La vida duele. La vida tiene efectos secundarios que hieren nuestra alma y enferman nuestro cuerpo. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo enfrentarnos a esta dura realidad?
Al alma atribuimos lo que somos, lo que sentimos, en ella están nuestros miedos y nuestras ansiedades. Nuestros sueños.
el alma es una representación de nuestra auténtica esencia. Una entidad muy frágil, vulnerable y que diariamente se siente herida. ¿Cómo avanzar por nuestra cotidianidad si nuestro ser se encuentra decepcionado o coaccionado?
Una depresión no diagnosticada seguirá escondida, pero patente en la persona que la sufre. De nada le sirve un calmante para ese dolor de espalda o de estómago. La persona llega al especialista quejándose del sufrimiento, de esos problemas gastrointestinales que apenas le permiten comer nada…
Enfrentarse al problema
¿Qué podemos hacer? En primer lugar, ser responsable. Hay que ser consciente de que el verdadero foco del problema está en nuestra mente, no es nuestro cuerpo. Y puede que te sorprenda, pero algo así no es fácil de admitir para muchos de nosotros.
Es más fácil asumir que padecemos migrañas que una depresión. Curioso también lo que se da en muchas familias donde uno de los miembros es diagnosticado con esta enfermedad, con una depresión ¿Cómo deben tratar a ese familiar? ¿Cómo nos dirigimos a él? ¿Qué debe hacer un niño cuya madre padece una depresión?
Nuestra sociedad no termina de aceptar o de asumir esos “dolores del alma”. Cuando en realidad, sería precisamente el mejor instrumento de ayuda y de apoyo. La familia, los amigos… pueden ser en ocasiones el mejor “sustrato” para ayudarnos en estas situaciones.
Pero, ¿cómo se cura el alma?

- Sé consciente de lo que ocurre a tu alrededor y de cómo te afectan las cosas. En ocasiones cedemos más de la cuenta. Aceptamos cosas en contra de nuestros valores. Nos vemos envueltos en relaciones tóxicas de las que no somos conscientes hasta que es tarde. Atiéndete, analiza lo que sucede a tu alrededor y valora cómo te afecta. El autoconocimiento es esencial como estrategia de afrontamiento.
- Evita reprocharte. Probablemente llegues a pensar que en el pasado pudiste haber hecho las cosas diferente y empieces a sentirte culpable por ello. Pero, imaginar todo aquello que pudiste hacer y que no hiciste, solo te aportará más sufrimiento. Así que práctica el perdón hacia ti mismo y continúa hacia adelante.
- Cuando llegues a casa con dolor de cabeza, tensado y con un profundo malestar, antes de recurrir a un fármaco permítete un tiempo para ti. Dos horas de descanso, de estar contigo mismo. Un instante de tiempo en “tu palacio de pensamientos”, donde desconectar y ser tú mismo.
- No tengas miedo a expresar en voz alta aquello que te duele. Aquello que te molesta y que te afecta. Si guardas silencio y lo escondes, día a día esa inquietud acabará transformándose en un dolor físico. Acepta, expresa, busca ayuda, y emprende el proceso del cambio en busca de ese ansiado bienestar. Esa tranquilidad en el “alma”, a la que todos tenemos derecho.
- Busca ayuda profesional. Si sientes que tus heridas emocionales son profundas e interfieren significativamente en tu bienestar, y no te sientes capaz de gestionarlo, lo más recomendable es asistir con un terapeuta. En este caso, el especialista te ayudará a superar estas heridas a través del autoconocimiento.
Escribir comentario