El aparato locomotor está constituido por articulaciones, huesos, músculos, tendones y ligamentos. Tiene dos funciones fundamentales: la primera es dar sostén al organismo, y la segunda, permitir el movimiento y el desplazamiento de un lugar a otro. También proporciona protección a ciertos órganos.
Es muy sensible a las emociones y al entorno, por lo que su respuesta depende de las percepciones del sujeto, entrando los músculos en estado de relajación o de tensión según lo requieran las circunstancias.

La estructura mecánica (el esqueleto, los huesos) representa nuestras estructuras interiores, nuestras creencias en la vida. La mayoría de estas estructuras son no conscientes; son nuestros arquetipos más profundos, aquellos sobre los que nos situamos inconscientemente y nos apoyamos permanentemente y cotidianamente en nuestra relación con la vida. Las grandes creencias de los pueblos (historia, cultura, costumbres, religiones) forman parte de estos arquetipos, pero también los forman aquellas que son más personales, como el racismo, la ética, el sentido del honor, de la justicia, las perversiones o los miedos viscerales. Los huesos son lo más denso y lo que está más escondido en nuestro cuerpo, aquello sobre lo que está todo construido, lo que soporta o sobre lo que se apoya todo. También es lo que hay de mayor dureza, rigidez y solidez en nosotros. Es en ellos donde se alberga la médula ósea, esa piedra filosofal interior donde se produce la más secreta alquimia humana. Por tanto, representan lo que hay de mayor profundidad en nosotros, en nuestra psicología no consciente, son la arquitectura de esta. Son sobre lo que se apoya y se construye nuestra relación con la vida. Cuando nos encontramos profundamente perturbados, afectados o angustiados por nuestras creencias básicas, profundas en relación con la vida, por lo que creemos que la vida es o debería de ser, nuestra estructura ósea lo expresa con un sufrimiento o una queja.
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